Para saber cómo influye la ética
en la gestión pública, primero tenemos que saber en qué consiste la ética. Fue Aristóteles quien introdujo la
denominación de Ética para designar lo concerniente a los principios del
bien y del mal. Diego Bautista definió la ética como “aquella disciplina del
conocimiento que estudia las actitudes y costumbres del ser humano, clasificándolas
en virtudes y vicios, acciones debidas e indebidas, convenientes y nocivas, con
el fin de formar el carácter de los hombres al mostrar aquellos hábitos dignos
de imitar”. La ética pública por tanto será la ciencia que trata de la
moralidad de los actos humanos en cuanto actos realizados por funcionarios públicos. Se puede
considerar ciencia porque incluye principios generales y universales sobre la
moralidad de los actos humanos realizados por el funcionario público o del
gestor público. No solo hablamos de funcionarios públicos cuando nos referimos
a la ética pública, tenemos que considerar a todas las personas que están al
servicio de la administración. Los funcionarios como deber básico en todas las
administraciones tienen el deber de la satisfacción de los intereses generales,
siempre actuando de acuerdo con los principios básicos: diligencia, honestidad,
responsabilidad… Entonces ¿Qué es lo que falla en el sistema? ¿Por qué existen
tantísimos casos de deshonestidad pública? ¿Qué se ha hecho tan mal para caer
en este mal vicio público donde el interés principal de la administración ha
quedado al margen? ¿Quién ha permitido esta falta de ética? Desde mi opinión no
hay respuesta a estas preguntas, y todo se centra en dos términos: la
desconfianza y la politización. Hemos dejado de confiar, de creer en el sistema
público, incluso hemos llegado a sentir indiferencia, optando por la opción fácil
que es el no querer saber nada del sistema y por tanto dejando hacer esa “politización”,
dejando que quién gobierne elija a “nuestro personal” y por tanto no satisfaciendo
el interés público, sino mas bien, sus propios intereses.
Blanca Sánchez Delgado
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