Cómo afrontar el reto del cambio del
sector público
Reflexión personal presentada por
Paula Tamarit Rodríguez
¿En qué hay que
transformar la Administración Pública española?
¿Por qué es necesaria
una transformación? Es necesaria una transformación porque una sociedad
avanzada y democrática no puede prescindir de una Administración Pública
ágil y capaz de gestionar lo público con
eficiencia y transparencia. El mundo está cambiando y las Administraciones no
siempre lo hacen al mismo ritmo, lo que puede provocar que estas se conviertan
en un freno al desarrollo. Para evitarlo, es necesario cambiar enfoques,
estructuras y prácticas propias de otros siglos que impiden responder a los
ciudadanos tal y como estos demandan.
Por ello, señalo algunas razones por las que necesitamos
transformar la Administración Pública española. 1) Porque lo público importa
y no nos podemos permitir un funcionamiento inadecuado. 2) Porque el escenario
ha cambiado y en el siglo XXI no encajan modelos de otras épocas. 3) Porque si
seguimos como hasta ahora, las cuentas no salen. 4) Porque en un mundo global,
el Estado es observado más allá de nuestras fronteras. 5) Porque la nueva
realidad exige que el sector público y el privado tengan una agenda compartida.
6) Porque la salud de las Administraciones Públicas afecta a todos y nos
jugamos mucho como país.
Con respecto a porque
lo público importa, hay que decir que la relevancia de la Administración es
superior a cualquier otro sector económico, organización o movimiento social. El
papel central de la Administración en el desarrollo de un país merece que se
concentren esfuerzos para que funcione perfectamente. Es preciso dedicar
tiempo, recursos y talento a un elemento que articula la vida y la economía de
las personas. Un país no puede avanzar si su Administración sigue anclada en el
pasado y no afronta la necesaria modernización de sus estructuras, procesos y
servicios. Todo ello sin olvidar que la Administración está en plena crisis de
identidad y necesita identificar cuál es su verdadero papel en un mundo
globalizado. El desarrollo tecnológico y económico permiten liberar al
Estado de algunas de sus funciones tradicionales, pero este sigue siendo clave
como garante de la competencia, impulsor del cambio o prestador de servicios
públicos, entre otras funciones.
Mientras que los ciudadanos exigen cada vez más servicios y
un Estado del Bienestar más avanzado, la Administración acusa un pronunciado
déficit fiscal. La crisis económica y financiera que estamos atravesando ha
acentuado esta situación, en virtud de la cual se ingresa menos, pero se gasta
más porque aumenta el gasto social, los rescates de bancos con dificultades o
la necesidad de impulsar determinados sectores estratégicos.
En un mundo global, el Estado es observado más allá de nuestras
fronteras. Es decir, los ciudadanos no son los únicos que analizan,
vigilan, examinan o exigen un buen funcionamiento a los Estados. Este papel
fiscalizador también lo ejercen el resto de países, instituciones
internacionales y mercados financieros que interpretan el desarrollo de un país
en función de diversos indicadores y, en gran medida, del funcionamiento de sus
Administraciones Públicas. Además, las sociedades avanzadas exigen transparencia a sus Administraciones
Públicas. En un escenario en el que la información fluye sin control, es
necesario dar cuenta de cómo se administran los recursos públicos, qué
decisiones se toman y por qué se actúa de una manera u otra. Esta transparencia
tan exigida por los ciudadanos va de la mano de la participación activa en la
vida pública que demandan los mismos. La
participación en los asuntos públicos
ya no es una reivindicación retórica. Los ciudadanos están dejando de ser
sujetos pasivos y exigen ser protagonistas del destino de sus países,
territorios, ciudades o barrios. Movimientos sociales y ciudadanos con inquietudes
están manifestando abiertamente y con acciones reivindicativas intensas que
quieren participar activamente en la vida pública. La Administración Pública no puede ser ajena a los cambios de la
sociedad civil y debe asumir que las barreras entre los gestores públicos y los
ciudadanos son cada vez más permeables.
A modo de síntesis de lo expuesto anteriormente, es difícil
encontrar algo que afecte tanto a la vida de los ciudadanos como la
Administración Pública. La necesaria transformación de lo público no es algo
propio de funcionarios o políticos; no es algo que tengan que resolver los legisladores
o el gobierno de turno. El reto de la modernización afecta a las empresas, a
las asociaciones, a los colectivos, a las instituciones y, especialmente, a las
personas. Lo que legisla, arbitra,
regula, supervisa o recuda el Estado nos afecta a todos y todos los días. Estas
razones justifican que se aborde la transformación de las Administraciones
Públicas españolas lo antes posible, un cambio ineludible que debe acometerse
con transparencia y teniendo en cuenta
las características específicas de nuestro país.
Para concluir he de
decir que nos jugamos mucho como país y como sociedad si no afrontamos la
transformación de la Administración Pública. No se trata de hacer cambios
superficiales en un Ministerio, una Consejería de una Comunidad Autónoma o un
Ayuntamiento, sino de modificar de manera razonable y ordenada sus funciones,
su desempeño y su relación con los
ciudadanos.
En definitiva, no se
trata sólo de reducir trabas administrativas o colas para gestionar un
documento, sino de hacer de la Administración un agente económico y social más
eficiente, más avanzado y más cercano a los ciudadanos. Es una transformación
central para la sociedad actual y en ella debemos participar todos, tanto los
que la gestionan como los que la necesitamos para vivir en una sociedad
democrática.
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