MERITOCRACIA EN LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA.
Si analizásemos la percepción general de
los ciudadanos con respecto al funcionamiento de la Administración,
relacionaríamos, probablemente, las principales críticas de los administrados
con cuestiones tales como la corrupción, la excesiva burocracia, una baja
productividad, desmotivación de la plantilla funcionarial o deficiencia en el
mandato de quiénes gestionan los servicios prestados. Es preciso, por tanto, preguntarse:
¿Qué podemos hacer, desde el punto de vista directivo, para que esta situación
mejore?
Además de las numerosas actuaciones
referentes a la plantilla, me gustaría destacar en esta entrada el concepto de meritocracia como elemento central o
eje sobre el que debería versar el proceso de desarrollo de la organización de
la Administración Pública, haciendo referencia principalmente a la función
pública directiva. Puede parecer una simpleza e incluso una obviedad centrarnos
en este concepto, pero la imposición de un sistema basado en el mérito, de una
forma real, para todos aquellos que pertenezcan a la Administración, ayudaría
sin duda al desarrollo de la actividad pública, pues sitúa a los más adecuados
y preparados en cada puesto directivo. Todos somos conscientes de las numerosas
deficiencias de las Administraciones Públicas españolas debido al acaparamiento
que realizan los cargos políticos con respecto a estas decisiones, de manera
que es preciso separar a los directivos públicos del enchufismo político para
lograr una mejor organización administrativa, así como mejores resultados.
Ciertamente, la deficiencia organizativa es
palpable, puesto que el sistema se encuentra repleto de cargos nombrados “a
dedo” que ostentan los principales puestos dentro de la jerarquía administrativa,
de hecho se antoja una práctica que con normalidad realiza el aparato político
con la excusa del procedimiento de libre designación, lo cual hace que se
desaproveche el talento y la capacitación de personas que quedan excluidas de
estos puestos por el simple hecho de no ser familiar o conocido del cargo
político en concreto.
Como contrapunto a lo dicho, cualquiera
podría pensar que el hecho de que los políticos se encuentren en su cargo
procede de la confianza ciudadana que se ha depositado a través del proceso de
elecciones, y que por tanto están en su derecho de hacerlo como más convenientemente
crean, pero pienso que el verdadero problema surge cuando la necesidad de
realizar cambios en la Administración va más allá de ciertos límites que pueden
hacer quebrar la objetividad exigida en la Constitución, precisamente en su
artículo 103.1, que constituye uno de los pilares básicos del proceso del
ejercicio profesional de los funcionarios. Por desgracia, cada día son más los
casos en los que se propasa este principio constitucional debido a la
arbitrariedad absoluta de los políticos en este sentido.
España no debe mirar hacia otro lado ante
esta realidad, las normas están para cumplirlas, pero también para
cuestionarlas. Debemos abogar, si queremos la mayor eficiencia y eficacia
posible, por la meritocracia implantada realmente, no solo para una parte de la
Administración, para lo cual es necesario un esfuerzo de nuestros
representantes políticos, crear un marco legal que englobe esta necesidad, así
como establecer sanciones contra quienes vulneren este proceso. Propongo por
tanto un sistema que propicie un cambio hacia un modelo de Administración
dirigido por los mejor cualificados, ir más allá de lo que creemos tradicional
y crear órganos independientes que garanticen este proceso de manera
transparente, igualitaria, con concurrencia y publicidad, valorando las
habilidades y los méritos de aquellos que deban dirigir las principales
decisiones, de manera que llevemos a la Administración española al lugar que se
merece.
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