Irene Moreno Manzano
El liderazgo es una cuestión trascendental dentro de las
organizaciones, estrechamente relacionado con la motivación. Desde tiempos inmemoriales han existido líderes en toda clase
de organizaciones. Personalidades como Alejandro
Magno, Napoleón, o incluso Hitler, entre otros, han sido, para bien o para mal,
unos de los grandes líderes de la historia.
El liderazgo ha de entenderse como la destreza
del individuo en cuestión que permite estimular a aquellas personas que tiene a
su cargo para la realización de actividades relevantes con el fin de conseguir
los objetivos de la organización en la que se enmarquen; Además, un buen líder debe
saber anticiparse a los problemas y
visualizar los cambios futuros que serán necesarios para lograr la viabilidad
de la organización, y orientar hacia dichos cambios una vez más el compromiso
de los empleados a su cargo. Todo ello hace del líder una figura necesaria
tanto para las organizaciones de ámbito privado como público.
En el sector público, la realidad nos
muestra la evidente desmotivación del funcionariado a la hora de ejecutar sus
funciones, denotando por consiguiente, un claro problema entorno al liderazgo
en las Administraciones Públicas; ejemplos de una larga lista lo constituyen la
costumbre del mínimo esfuerzo con la que
ejercitan sus actividades, que llega en ocasiones a rozar el más puro pasotismo
hacia sus funciones; o los continuos retrasos en el comienzo de sus respectivas jornadas laborales. Todo ello son
situaciones constantes que se reproducen continuamente sin la correspondiente imposición
de unas medidas o sanciones que eviten su repetición. Y es que, entre los
empleados públicos no hay un verdadero régimen de motivación, pues éste carece
de la imposición de sanciones y, como contrapunto, de alicientes y recompensas
que inculquen verdaderamente al funcionario una razón para ejercitar
correctamente su tarea. Todo ello nos lleva a una Administración en la que el
compromiso de sus empleados es prácticamente inexistente.
En el marco de esta situación, ha de
tenerse en cuenta que liderazgo y dirección son conceptos distintos, y que esta
cuestión aparece un tanto confusa en la Administración Pública, la cual se
caracteriza por su estructura altamente jerarquizada y burocratizada, en la que
predomina la dirección sobre el liderazgo. Este problema nos lleva a un círculo
vicioso, basado en la ausencia de unos directivos capacitados profesionalmente para afrontar
esta situación, puesto que los altos cargos de la Administración están condicionados
por el albur político y las decisiones tomadas bajo el criterio de la libre elección,
comúnmente denominado “elección a dedo”. La Administración, al igual que
cualquier tipo de organización privada, requiere de unos lideres capaces, ante todo,
de inculcar a los empleados los valores y el nivel de compromiso necesario,
para que estos realmente estén motivados y alcancen un buen nivel de
rendimiento, logrando en última instancia una organización eficaz y productiva.
De todo lo anterior, se puede deducir
una clara perdida de liderazgo en la Administración, que conlleva en puridad a
una entidad ineficaz y no óptima para servir a los propósitos que fundamentaron
su creación, el cual no es otro sino el de atender a las necesidades de los
ciudadanos para lograr un Estado de Bienestar, ayudando a superar los problemas
sociales que se suscitan. Todo ello nos lleva a evidenciar que, las teorías
sobre la materia que tratamos no son más que puro papel mojado, que no
concuerda con la realidad que observamos en el sector público, al no ser éstas desarrolladas
en la práctica.
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