Quizás sea ya un
tema bastante reiterado por los demás compañeros pero ante la situación tan
incesante en nuestro país, tras la realidad más extrema que nos inunda, es
menester hablar de la ética y la corrupción política.
No es extraño despertarnos
cada mañana con una noticia más, una columna reflejada en el periódico o una
apertura del telediario matinal acerca de este tema tan candente pero a la vez
tan deplorable como pueda ser la corrupción y la carencia de ética en nuestro
Estado.
Son constantes las
idas y venidas, los supuestos de cohecho o falsificación con el único fin de
obtener un privilegio económico o una determinada escala sin mirar desde la
perspectiva de la ética o la lógica. Vienen de unos y de otros, de izquierdas y
de derechas, de las escalas más pequeñas de la política y a las escalas más
altas rozando la monarquía y, ante esta situación, solo queda una inmensa
mayoría. Un pueblo que se pregunta el por que de las cosas, el por qué de tanta
ambición por un escalazón o posición cuando no hay mejor posición que la de la
consciencia en tu interior con la satisfacción de haber hecho lo adecuado.
El pueblo se queda
apesadumbrado por tales acontecimientos pero, más que eso, impotente y
resignado a una resignación a la que nadie gusta resignarse. A la resignación
de saber que quienes nos representan y aquellos a quienes depositamos nuestra
confianza puedan habernos abandonado tan solo por unos intereses propios o unas
posiciones en que no se tiene en cuenta el pueblo.
Nos quedamos
abatidos, apesadumbrados, impotentes y con incertidumbre ante lo que se nos
avecina. Sin saber cuando será el fin de esta corrupción que tanto llena cada
uno de nuestros días, cada una de las escalas de la Administración Pública o
cada uno de los puestos del Estado. Nos preguntamos si verdaderamente tiene
sentido perder la dignidad, la ética, la tranquilidad interior.
Los políticos de
hoy carecen de ética pública pero si ante su ausencia no tenemos mecanismos
suficientes para poder luchar contra ello todo ello es una catatombe. La lucha
contra la corrupción debe ser algo constante e impasible, perseguible desde los
más altos a los bajos niveles del Estado con el fin de recuperar la ética
publica y la entidad que algun dia se dejo perdida tras unos sobres o
privilegios políticos.
Debe ser
perseguible desde el método más sutil al más recriminable, desde la normativa
hasta mecanismos de control sin olvidar su paso por la fiscalización asi como
la responsabilidad y recriminación de cada uno de los miembros y funcionarios
que conforman el Estado. Debe ser combatido de forma rotunda procurando la
vuelta a la dignidad y ética pública que en algun momento la sociedad tuvimos
aprendido pero, a su vez, aprehendido.
Dicha lucha contra
la corrupción y carencia de ética pública recae sobre los recursos humanos, que
paradoja, objeto de nuestra asignatura. Pero también es menester decir que
dicha lucha no es fácil, sino difícil, no es rápida, sino lenta, pero no hay
cosa difícil ni lenta cuando se tiene por objeto la satisfacción de volver a
tener una sociedad sin ataduras económicas a espensas de otros, sin privilegios
económicos ni “chanchullos”, en definitiva, una sociedad sin ápice de
corrupción.
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