Tema clásico en el marco de las
teorías acerca de la gestión de las organizaciones, el liderazgo ha sido objeto
de muy diversos estudios, bajo enfoques diversos y alcanzando unas conclusiones
también distintas.
Dentro de esta diversidad de
criterios y estudios, identificamos una obvia nota común: la enorme relevancia del
liderazgo para las organizaciones.
No obstante, la cualidad de líder
no implica necesariamente el éxito. En unas situaciones, los líderes son
eficientes y en otras ocasiones devienen ineficaces, lo que conducirá a la
organización a unos resultados esplendidos o adversos.
Es decir, dentro del vasto campo de
teorías de liderazgo existente, me alieno con aquellas que entienden que la efectividad
del líder puede verse afectada por una serie de factores a él ajenos. Esto es,
con las tesis contingentes frente a las universalistas.
No es mi intención centrar estas
líneas en las consideraciones teóricas acerca del líder, ni en la importancia
del concepto, muy al contrario pretendo
centrarme en el liderazgo estratégico. Y ello, por considerar que lo primordial
es convertir los esfuerzos de desarrollo
de liderazgo en algo operacional y eficaz. Mientras que los planteamientos tradicionales
se basan en los conceptos, esperando que los resultados surjan en consecuencia,
el liderazgo estratégico parte de los resultados que se desean lograr. Lo que
importa son estos, siendo los conceptos solo instrumentales y, por ello, bastante flexibles.
Se trata de la capacidad de
anticipar, visualizar, conservar la flexibilidad y dar poder a otras personas
para generar un cambio estratégico cuando sea
necesario. El líder estratégico debe ser capaz de influir en el
comportamiento humano de un ambiente incierto, en el cual las personas con las
que trabaja ejecuten los planes estratégicos que la organización ha preparado
con anterioridad. Es imprescindible, en un líder de estas características, la capacidad de administrar el capital
humano. Además, debe favorecer el establecimiento de apropiadas acciones
estratégicas y determinar como serán aplicadas. La culminación de sus acciones
debe ser la competitividad estratégica.
Tiene la misión de crear el espacio
para que la posibilidad florezca, de generar el adecuado contexto, de estar
comprometido a que nazca y a que crezca. De encontrar su propio sentido en el
marco que le exige su tarea.
El liderazgo estratégico ha de
ejercerse tomando en consideración la medida en que el líder es capaz de crear,
desarrollar y poner en marcha una estrategia que conecta, en buena medida, con
los cambios demandados por la sociedad y que resulta eficaz a la hora de
responder a un determinado problema social.
Si algo es constante, es el cambio.
Por eso, las Organizaciones y, muy especialmente, las públicas, deben adaptarse,
e incluso, anticiparse a los cambios, planeando adecuadamente sus estrategias
y, con estas alinear adecuadamente los aportes de su capital humano, a fin de
alcanzar los objetivos y las metas.
Para lograr las metas establecidas,
conseguir la eficiencia y eficacia de estos procesos, al mismo tiempo que se incrementar
la productividad y el clima de trabajo no se vea afectado por la presión laboral,
el líder precisa de una gestión de su equipo de trabajo basado en competencias.
De esta forma el líder es un agente
del cambio, se encarga del cambio, coordina a las personas, se ocupa de la comunicación,
determina la orientación y motiva a las personas.
En una sociedad cada vez más compleja,
imprecisa y tumultuosa, las instituciones en lugar de en sistemas sustentados en los
líderes en el top de la cadena de decisión, deberían centrarse en sistemas de
liderazgo que capten y desarrollen talentos que actúen como líderes en cascada
y con autonomía de decisión.
Por todo ello, la noción de
liderazgo estratégico, dada su prominente eficacia, deviene de gran relevancia
para las entidades públicas en este contexto.
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