Reflexión personal
enviada a día 24/05/2014 por Lorena Monge Rodríguez
La evaluación
del desempeño profesional de los empleados públicos respecto del puesto que
ocupen, es una preocupación notoria en todos los procesos de la gestión del empleo
público que han sido impulsados de unos años hasta ahora.
Hemos estudiado
que, esa evaluación –también conocida como, valoración, revisión y medición
pretende como su propio nombre indica, valorar
o medir el desempeño alcanzado por el individuo en el puesto que realmente
ocupa. Además, nos encontramos con un instrumento
que procura hacer uso de un procedimiento sistemático llevado a cabo de forma
analítica.
Mencionando
estos conocimientos desde un plano teórico, podemos señalar que entre esos
propósitos más comunes de la valoración del rendimiento, nos encontramos con
que para la organización, la mejora del rendimiento en el trabajo de las
personas debe estar orientada a la consecución de los objetivos planteados lográndose
las finalidades organizativas en la mejor forma posible, ya que ese rendimiento
es posible, sólo si se contribuye al logro de ese propósito.
Otro de esos
propósitos será el elemento básico para determinar la retribución de los
empleados. Obviamente, esa percepción retributiva es clave para la
motivación de los empleados ya que es otorgada debido al esfuerzo proporcionado
por el trabajador en el desempeño de sus funciones.
En tercer
lugar, podemos mencionar que sólo los
directivos presentan las condiciones necesarias para gestionar el rendimiento
de las personas a su cargo. Ello nos señala que, sin duda alguna, si todo
se desarrolla de acuerdo a procedimientos de equidad, de forma justa se
garantizará la elección del individuo más idóneo y que presente las cualidades
necesarias y óptimas para el desempeño del puesto de trabajo de que se trate.
Otro de los
propósitos más usuales en la evaluación del rendimiento es, el de tratar de
mejorar las relaciones personales. Ello se logrará si se convence a los
trabajadores de que la evaluación en dicho rendimiento del trabajo es objetiva
y justa. De lo contrario, no es de extrañar que los trabajadores se vean
reticentes a colaborar en dicha mejora de las relaciones personales, dado que
la no confianza es dato clave en ello.
Finalmente,
se puede señalar que otro de los factores propicios para esta medición en el
desempeño del trabajo es el hecho de que sirva como base para la toma de
decisiones sobre la formación.
Sin embargo,
lo que se suele medir en la práctica no son sin más, los resultados individuales
(entre los que destaca qué cantidad produce, si ha hecho una disminución de
costes, si ha logrado mayor número de ventas, etc); las conductas de cada
empleado en concreto, destacando por ejemplo, su puntualidad, el trato con los
consumidores, el desarrollo cotidiano de recibo y entrega de documentos en
tiempo y un sinfín de actividades. Y concluyendo, otro de los aspectos
prácticos utilizados más importantes son, los rasgos personales del trabajador.
Entre ellos se destaca la motivación que presenta en su trabajo, la confianza y
experiencia, cómo se desenvuelve, qué actitud muestra al público, etc.
Por tanto, a
modo de conclusión, señalar que aunque en muchas ocasiones pensemos que tenemos
que llevar a cabo las indicaciones conforme lo marca la teoría, debemos darnos
cuenta que la teoría sirve como indicador óptimo del cual se abre un abanico de
oportunidades, en las cuales podemos tener cabida, y por ello que en la
práctica todo cambie. Se atiende a lo habitual, a lo asimilado, y todo se
simplifica en lo que hemos visto anteriormente: resultados individuales,
conductas y, rasgos personales todos ellos, influyendo en el comportamiento del
trabajador así como en el desempeño de sus funciones.
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