A día de hoy, aun cuando no se
disponga de un blog donde reflejarlo, aun cuando no se tenga la “obligación” de
hacerlo, creo y considero de persona mínimamente responsable, consecuente, que todo aquel que vaya o no vaya a ejercer su
derecho al voto debe llevar a cabo un ejercicio previo de reflexión personal que,
no necesariamente ha de ser fiel reflejo de la que a continuación procede, pero sí versar en torno al mismo
tema. Y es que, tal día como hoy me es imposible plantear una reflexión relativa
a otro aspecto de la Administración
Pública que no sea el de sus diligentes.
Y la primera pregunta que lanzo,
aquella que continuamente se repite en mi cabeza y que ahora me aventuro a compartir,
es ¿Quién fue antes, el hombre o el político? Porque no son pocas las veces que uno llega a pensar en la falta de “humanidad”
que caracteriza y se repite como patrón común al de todos los políticos. Cierto
es que la regla tiene sus excepciones, pero, me aventuro incluso a decir, que
más cierto es que aquel político que confirma la excepción, aquel cuya labor va
exclusivamente enfocada al bien común y no al suyo propio, representan una
cantidad de políticos modesta respecto a la totalidad. Y es a este punto, a esta
conclusión, a la que, queridísimo lector, no podemos anclarnos. No confundáis mis
palabras ni malinterpretéis el sentido de las mismas, pues alcanzar tal conclusión es muestra más que evidente del previo ejercicio
mental al que anteriormente aludía y consideraba de persona responsable. El problema
no está en llegar a dicha conclusión, el problema radica en quedarnos en ella,
agazapados, como respuesta que justifique a nuestro “dejar hacer” en todo
aquello que con nuestro país tenga que ver, sin llegar nunca a dar un paso más.
Usando las palabras por las que
Mariano José de Larra optó para describir a los políticos, éstos “en realidad, más tienen de artefacto que de
otra cosa. No se crían, sino que se hacen, se confeccionan” dando así respuesta a la rubrica bajo la que
se estructura este texto. Y es que el político no nace sino que se hace y es
que primero se es hombre y después político de modo que, aun siendo una mínima parte, aun en los políticos debemos
seguir creyendo que hay un cierto resto de “humano”.
De lo contrario, caeremos en la
trampa del pesimismo, del no confiar en el ser humano, del no creer en la otra
persona. Y es entonces, cuando sí podremos decir con plena certeza, lo mal que verdaderamente va el país y el sinsentido que tiene cualquier intento por remediarlo. Pues, por mucho que a muchos pese, tenemos que confiar en el ser humano, en la bondad que, en no pocos casos, radica en lo más íntimo de cada uno, de modo que, siempre partiendo de dicha confianza, seamos responsables, cada uno en lo que a cada uno corresponde y actuemos siendo conscientes de dicha responsabilidad.
Reflexión Personal publicada por: Belén Hernández Laserna.
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