jueves, 27 de marzo de 2014

Reflexión bloque I: Felicidad dentro y fuera de casa



¿Cuántas veces os habéis dormido a las tantas un domingo con el fantasma del lunes rondando vuestra cabeza? Todos lo sabemos, no es nada agradable dirigir nuestra vista al móvil o reloj de mesa y ver cómo los números digitales, o manecillas en su defecto, marcan las dos o las tres de la mañana, teniendo en mente que tan sólo nos quedan unas cinco o seis horas de sueño. Pero claro, nuestro bajón no se trata de un monólogo protagonizado por la falta de sueño, sino que la jornada laboral acompaña alegremente a las ojeras para amargarnos un poco cada semana.

Bien, ¿Por qué esta depresión? ¿Es una cuestión simple resuelta hace ya años por McGregor en su teoría X que sostenía que las personas estaban asqueadas y a la vez horrorizadas del trabajo y que en la medida de lo posible tratábamos de evitarlo? Es posible, pero eso creo que eso es sólo la punta del iceberg del problema. El problema realmente se halla en nuestra propia situación laboral.

Si se trabaja en algo que no gusta, obviamente no podremos ir con ilusión como si de un sábado se tratara. Pero también hay otra posibilidad, y es que aun trabajando en aquello que nos agrada (o simplemente no nos desagrada), la empresa a la que pertenecemos no enfoque bien el trato al trabajador. Quizás peque de idealista cuando digo que una empresa no debería priorizar enriquecerse cual buitre carroñero de las personas (ya sean clientes o trabajadores) y por supuesto, no pueden explotar, mangonear, ignorar, etc., a sus empleados.

Quien funda una empresa, lo hace para enriquecerse y no quiero perder su motivación de vista, pero eso no implica que tenga que buscar con el látigo una mayor productividad o rendimiento en sus empleados. Tiene que atender también a otros factores, como es la propia felicidad del ‘’individuo de a pie’’. Evitar en la medida de lo posible que la jornada laboral suponga un infierno y mantenerlo motivado y con una actitud positiva. Con un buen ambiente en el trabajo y atención al trabajador para que éste no se sienta invisible, puede producir una reacción en cadena que alegre el día a día tanto a él, como a las personas que le rodean. Y es que no es lo mismo comenzar el día con un conductor de autobús que responde a nuestro saludo con una sonrisa, que con aquél que nos dirige una mirada vacía o incluso irritada.

Es más, si esto conlleva un detrimento de los beneficios económicos que percibe la empresa, que así sea, pues sin duda, merece la pena. Aunque realmente no creo que tenga que ser así, pues esta actitud positiva contribuirá a que el empleado realice su labor con más energía y motivación, mucho mejor que tenerlo mirando constantemente el reloj, agobiado y esperando a que llegue la hora de salir.

¿Y cómo se puede contagiar este buen ambiente por una empresa? No tengo una respuesta clara, ya que eso dependerá de la empresa y personal en cuestión, pero opino que no debe ser TAN difícil. Quizás sólo sea cosa de aplicar unos sencillos, pero significativos cambios. Quizás con pintar una oficina de un color alegre, ya sirva de algo. Otras empresas hacen cosas realmente alocadas, como poner toboganes en sus oficinas, cosa que sin duda habrá dibujado más de una sonrisa en sus empleados. Puede que una caja de donuts y un café para desayunar, cual película americana, levante el ánimo, sobre todo los lunes. Y también es admisible un poco de música en determinados trabajos que lo permitan, como es el caso de nuestro conductor de autobús amargadillo.

En definitiva, cambiar un poco el chip en la dirección de una empresa, puede suponer un cambio bastante importante sobre toda la sociedad. Quizás esté siendo demasiado optimista. Al fin y al cabo, no poseo una empresa para comprobar en primera persona estas opiniones, ni he trabajado en ninguna, pero si bien hoy en día tampoco es una gestión muy extendida, creo que tarde o temprano las empresas adoptarán esta concepción.

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