¿Cuántas veces
os habéis dormido a las tantas un domingo con el fantasma del lunes rondando vuestra
cabeza? Todos lo sabemos, no es nada agradable dirigir nuestra vista al móvil o
reloj de mesa y ver cómo los números digitales, o manecillas en su defecto,
marcan las dos o las tres de la mañana, teniendo en mente que tan sólo nos
quedan unas cinco o seis horas de sueño. Pero claro, nuestro bajón no se trata
de un monólogo protagonizado por la falta de sueño, sino que la jornada laboral
acompaña alegremente a las ojeras para amargarnos un poco cada semana.
Bien, ¿Por qué
esta depresión? ¿Es una cuestión simple resuelta hace ya años por McGregor en
su teoría X que sostenía que las personas estaban asqueadas y a la vez
horrorizadas del trabajo y que en la medida de lo posible tratábamos de
evitarlo? Es posible, pero eso creo que eso es sólo la punta del iceberg del
problema. El problema realmente se halla en nuestra propia situación laboral.
Si se trabaja
en algo que no gusta, obviamente no podremos ir con ilusión como si de un
sábado se tratara. Pero también hay otra posibilidad, y es que aun trabajando
en aquello que nos agrada (o simplemente no nos desagrada), la empresa a la que
pertenecemos no enfoque bien el trato al trabajador. Quizás peque de idealista
cuando digo que una empresa no debería priorizar enriquecerse cual buitre
carroñero de las personas (ya sean clientes o trabajadores) y por supuesto, no
pueden explotar, mangonear, ignorar, etc., a sus empleados.
Quien funda
una empresa, lo hace para enriquecerse y no quiero perder su motivación de
vista, pero eso no implica que tenga que buscar con el látigo una mayor
productividad o rendimiento en sus empleados. Tiene que atender también a otros
factores, como es la propia felicidad del ‘’individuo de a pie’’. Evitar en la
medida de lo posible que la jornada laboral suponga un infierno y mantenerlo
motivado y con una actitud positiva. Con un buen ambiente en el trabajo y
atención al trabajador para que éste no se sienta invisible, puede producir una
reacción en cadena que alegre el día a día tanto a él, como a las personas que
le rodean. Y es que no es lo mismo comenzar el día con un conductor de autobús
que responde a nuestro saludo con una sonrisa, que con aquél que nos dirige una
mirada vacía o incluso irritada.
Es más, si esto
conlleva un detrimento de los beneficios económicos que percibe la empresa, que
así sea, pues sin duda, merece la pena. Aunque realmente no creo que tenga que
ser así, pues esta actitud positiva contribuirá a que el empleado realice su
labor con más energía y motivación, mucho mejor que tenerlo mirando
constantemente el reloj, agobiado y esperando a que llegue la hora de salir.
¿Y cómo se
puede contagiar este buen ambiente por una empresa? No tengo una respuesta
clara, ya que eso dependerá de la empresa y personal en cuestión, pero opino
que no debe ser TAN difícil. Quizás sólo sea cosa de aplicar unos sencillos,
pero significativos cambios. Quizás con pintar una oficina de un color alegre,
ya sirva de algo. Otras empresas hacen cosas realmente alocadas, como poner
toboganes en sus oficinas, cosa que sin duda habrá dibujado más de una sonrisa
en sus empleados. Puede que una caja de donuts y un café para desayunar, cual
película americana, levante el ánimo, sobre todo los lunes. Y también es
admisible un poco de música en determinados trabajos que lo permitan, como es
el caso de nuestro conductor de autobús amargadillo.
En definitiva,
cambiar un poco el chip en la dirección de una empresa, puede suponer un cambio
bastante importante sobre toda la sociedad. Quizás esté siendo demasiado
optimista. Al fin y al cabo, no poseo una empresa para comprobar en primera
persona estas opiniones, ni he trabajado en ninguna, pero si bien hoy en día
tampoco es una gestión muy extendida, creo que tarde o temprano las empresas
adoptarán esta concepción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.