Como ya sabemos la ética tiene por objeto la vida activa,
estudiando y analizando los actos de las personas. Ésta se considera pública cuando se aplica al ámbito
público, en la práctica tanto de funcionarios, empleados público y políticos.
Es importante que los puestos que las personas, en este ámbito, ocupan lo hagan
con diligencia y honestidad. Viene aquí la problemáticas o vergonzosas
situaciones que actualmente se dan cuando personas que trabajando para la
Administración no cumplen con estos principios y no velan por los intereses
generales, sino por los suyos propios.
Día a día vemos como aparecen casos y casos de corrupción
política o conflictos de intereses en el seno del Estado, problemas claros que
consiguen acabar con la fe o
confianza de los ciudadanos en sus representantes y personal al servicio de la
Administración, vital para el buen funcionamiento de la misma. Esto sucede en
todas las categorías.
Es importante señalar los escasos sistemas de control o de sanción
que se dan, entre otros motivos, por el
círculo ‘vicioso’ que se forma entre el personal en los diferentes entes
administrativos (ya sean estatales, autonómicos o locales).
Por esto, analizando la situación a grandes rasgos, es
significativo y necesario señalar la importancia que la ética pública tiene en
este ámbito, la importancia que tiene que las personas actúen con madurez de
juicio, sentido del deber y responsabilidad, que sean conscientes del puesto
que ocupan y lo que ello conlleva. Que se ‘eduque’ y conciencie a toda persona
que va a desempeñar dichos puestos de trabajo. Pero para ello es fundamental
que los que ostentan los más altos cargos consigan la rectitud moral que
deberían tener, cosa que hoy día en nuestro país, por desgracia, no se ve.
Pienso que el funcionamiento y organización de la
Administración debería dar un cambio radical, de lo contrario, lo único que
conseguiremos serán más situaciones como las que día a día vemos en los diferentes
medios de comunicación, deslealtad, desconfianza, poco compromiso, nada de transparencia
e irresponsabilidad.
Carmen J. Jiménez.
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