El modelo de función pública española en estos últimos tiempos ha sido el de un sistema mixto con una orientación hacia un sistema abierto. Esto supone que este sistema se basa y se asienta en los principios de mérito y capacidad. Visto así, la meritocracia supondría un gran sistema basado en que accederían al puesto de trabajo aquellos más preparados y capacitados para desempeñarlo, realizando un trabajo notable para conseguir los objetivos dispuestos por la Administración Pública en pos del interés general.
El problema es que la meritocracia ha quedado eclipsada en nuestro sistema de función pública por un modelo básicamente parasitario: Amiguismo o dedocracia. El simple "te meto aquí por ser mi amigo/familiar o porque perteneces a mi partido político". ¿Por qué sucede esto? Por una sencilla cláusula que podemos encontrar a la hora de poder acceder a la Administración: La forma de llegar a un puesto de la Administración es mediante el concurso de méritos o "meritocracia" (capacidad, preparación, formación...) o por libre designación, es decir, a dedo.
Esta dedocracia supone la ineficiencia manifiesta de la gestión de recursos humanos llevadas a cabo por parte de la Administración. Por poner un ejemplo, en 2010, el 40% de los funcionarios públicos contratados en España lo habían sido por "dedazo".
Este tipo de hechos suponen la inflación de unos presupuestos basados en el gasto de trabajadores públicos, llegando a cuadruplicar la deuda, como es el caso de Andalucía, donde el gasto en personal ha pasado de 195 millones de euros a los casi 750 millones. Es decir, no sólo no se ha recortado gastos, sino que su aumento ha producido la reducción en otras partidas tan importantes como sanidad o educación.
¿Cómo se puede luchar contra esta situación? Algo de verdad puede haber cuando los cuerpos de altos funcionarios afirman que la extensión de la politización en todos los niveles de la Administración española no se ha visto antes. Que las reformas propuestas de la Administración pública hablen de muchas cosas, pero nunca de reducir el número de puestos de libre designación o de volver a premiar el mérito, no invita a la esperanza.
En conclusión, acabar con todos los mecanismos de meritocracia que premian el esfuerzo, y ofrecen esperanza de un futuro mejor a todas las capas de la sociedad es un perfecto abono para el populismo y la corrupción. Abandonarse a una sociedad clientelar y corrupta, donde solo los amigos en el poder conducen al éxito en los negocios o en las carreras profesionales, llevará al país a un futuro bastante oscuro. La cultura del emprendimiento, las reformas educativas y el fomento de la iniciativa empresarial y de las PYMES, requiere que de una forma creíble, los ciudadanos perciban que el modelo ha cambiado y que la meritocracia se abre paso en nuestro país. Hoy esta meta parece aún lejana.
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