Reflexión personal realizada por Victoria Torres Reques.
Continuamente observamos, por
desgracia, en los diferentes medios de información
la realidad que está viviendo nuestra sociedad. La corrupción y el favoritismo
los podemos observar en todos los ámbitos, desde quien dice considerarse un “gran
político” hasta en una pequeña empresa.
La ética y, como sabemos los que
nos dedicamos al estudio de estas cuestiones, más en la función pública,
debería ser ejemplo para todos los ciudadanos. Todas las personas, incluso sin
darnos cuenta, necesitan de la labor de la Administración de una forma
continuada a lo largo de su vida; y si nos encontramos frente a acontecimientos
de esta categoría ¿cómo van a confiar los ciudadanos en las diferentes
instituciones?.
Todas estas reflexiones deberían planteárselas,
no las personas de a pie sino aquellos
que tienen el mando y la creencia de poder “cambiar las cosas”; si es así, que
de verdad lleven a la práctica las actuaciones necesarias para acabar con la corrupción
en todas las áreas, pero más aún en el ámbito público, ya que este
verdaderamente debería servir los intereses generales como establecen nuestras
propias normas.
No es suficiente con elaborar
continuamente normas y leyes sobre transparencia, o códigos de conductas, como
fue por ejemplo la última redacción del EBEP que recoge en sus artículos 54 y
55 los principios a seguir por todos los que sirven a la función pública; ya
que de nada sirve con redactar y aprobar continuamente nuevas normas para
conseguir estos propósitos.
En mi opinión, lo realmente
necesario, y me atrevería a decir incluso urgente, es llevar a la práctica
todos estos comportamientos éticos que tanto se predican. Establecer y,
sobretodo, aplicar mecanismos sancionadores para todos aquellos que no acaten
la legalidad sería un buen comienzo para acabar de una vez con esta situación. Pero
lo más conveniente sería no acabar con ello, porque esto significaría que es
que no hay corrupción con la que acabar; para ello, quizás la mejor opción sería
por empezar a “educar” no tanto a las generaciones que nos siguen, sino a los
que ahora se encuentran “arriba”.
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