martes, 7 de abril de 2015

La utopía de la anticorrupción.

Reflexión personal realizada por Victoria Torres Reques.

Continuamente observamos, por desgracia,  en los diferentes medios de información la realidad que está viviendo nuestra sociedad. La corrupción y el favoritismo los podemos observar en todos los ámbitos, desde quien dice considerarse un “gran político” hasta en una pequeña empresa.

La ética y, como sabemos los que nos dedicamos al estudio de estas cuestiones, más en la función pública, debería ser ejemplo para todos los ciudadanos. Todas las personas, incluso sin darnos cuenta, necesitan de la labor de la Administración de una forma continuada a lo largo de su vida; y si nos encontramos frente a acontecimientos de esta categoría ¿cómo van a confiar los ciudadanos en las diferentes instituciones?.

Todas estas reflexiones deberían planteárselas,  no las personas de a pie sino aquellos que tienen el mando y la creencia de poder “cambiar las cosas”; si es así, que de verdad lleven a la práctica las actuaciones necesarias para acabar con la corrupción en todas las áreas, pero más aún en el ámbito público, ya que este verdaderamente debería servir los intereses generales como establecen nuestras propias normas.

No es suficiente con elaborar continuamente normas y leyes sobre transparencia, o códigos de conductas, como fue por ejemplo la última redacción del EBEP que recoge en sus artículos 54 y 55 los principios a seguir por todos los que sirven a la función pública; ya que de nada sirve con redactar y aprobar continuamente nuevas normas para conseguir estos propósitos.


En mi opinión, lo realmente necesario, y me atrevería a decir incluso urgente, es llevar a la práctica todos estos comportamientos éticos que tanto se predican. Establecer y, sobretodo, aplicar mecanismos sancionadores para todos aquellos que no acaten la legalidad sería un buen comienzo para acabar de una vez con esta situación. Pero lo más conveniente sería no acabar con ello, porque esto significaría que es que no hay corrupción con la que acabar; para ello, quizás la mejor opción sería por empezar a “educar” no tanto a las generaciones que nos siguen, sino a los que ahora se encuentran “arriba”.

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