sábado, 11 de abril de 2015

Reflexión personal de Francisco Javier Villar Atienza

ÉTICA Y MORAL: LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA COMO REFLEJO DE LA SOCIEDAD ACTUAL

Uno de los problemas fundamentales a los que se enfrenta la sociedad de nuestros días es al de la moral. Vivimos inmersos en una burbuja de pérdida de los valores fundamentales de la persona y de degradación de las más elementales aptitudes humanas. 

Casi a diario, nos asaltan desde los medios de comunicación noticias sobre nuevos casos de corrupción política. La sociedad vive sumida en un clima de decepción con los servidores públicos, que genera un proceso de descomposición del Estado Democrático a partir de la apatía y la indiferencia que genera la dirección de la cosa pública en los ciudadanos. 
                                                         
Quizás, esta degradación de los valores éticos y morales en los altos cargos de la administración, que invaden a diario los noticiarios, la prensa o los programas radiofónicos no sea más que la manifestación de la pérdida total de los valores y del civismo de nuestra sociedad. Vivimos en un Estado Democrático, con vías de acceso a la función pública y a los altos cargos para casi todas las clases sociales -por no decir a todas- y todas las ideologías. De modo que las personas que nos gobiernan o dirigen no son más que el reflejo fiel de la sociedad. Nuestra sociedad, y esto es un dato constatable que salta a la vista, ha ido perdiendo buena parte de los valores humanos, no sólo en las bajas esferas, sino también en círculos intelectuales que acaban por perder la fundamentación de lo esencial. 
Es cierto, que tampoco nos podemos dejar llevar por la idea de que la pérdida de la moral al afectar a toda la sociedad sólo se puede solucionar a través de generaciones y escurrir el bulto sin tomar medidas eficaces de prevención política, de opacidad y transparencia o de reducción del entramado administrativo, pero no se puede dejar pasar, como hecho fundamental la educación de los valores humanos. Vivimos en una sociedad en la que se han impuesto valores de libertinaje y no libertad, sin cultura, educación, civismo o simple sentido común. Un anarquismo en el que el ciudadano tiene derecho a todo sin deber de nada. Decía el conocido poeta sevillano José María Izquierdo, que para medir el grado de cultura de un pueblo tan sólo había que visitar sus parques y jardines. En nuestra ciudad vemos como éstos son cada vez más menesterosos, y las zonas comunes son descuidadas por el público. Todo ello es producto de la mala educación recibida, atendida a la dejadez, negligencia y apatía de una sociedad anegada en las olas del lodo materialista.

Klitgaard, nos alertaba en su “teoría de los incentivos” de una gran falacia común, esta es, asumir que los gobiernos son corruptos como representantes de una sociedad corrupta, y señalar que la solución es educar a los ciudadanos. Actualmente la falacia se ha vuelto del revés de la teoría de Klitgaard, la sociedad se ha vuelto en una piña contra los gobernantes, reclama una clase política ética y moral y generaliza con todos los políticos. Incluso se alzan voces que justifican los bajos valores de la sociedad en no tener entre los gobernantes a claros referentes éticos que deberían ser ejemplo de moralidad. El ciudadano reclama toda clase de derechos sin deber de nada.
Desde los poderes actuales, reales y fácticos, se fomenta la destrucción de los valores y se divide a una sociedad que pierde la cohesión entre sus miembros, aupando los valores individualistas y la competitividad del “todo vale”.  Los valores de solidaridad, caridad, amor o fraternidad tan sólo son tratados por organizaciones no gubernamentales muy alejadas de la estructura administrativa. La sociedad se acerca cada vez más al concepto de hombre-masa de Ortega y Gasset el cual describe en su libro “La rebelión de las masas”. Una sociedad que permanece pasiva y que es fuertemente manipulada  por los medios de comunicación y las redes sociales dando lugar a un ciudadano conformista, al que sólo le interesa su bienestar y que es altamente insolidario.

Por tanto, las nuevas generaciones deben tomar partido y desarrollar altamente sus cualidades para huir del conformismo imperante, poner en práctica medidas preventivas de mejora y simplificación de la estructura administrativa, medidas educativas, tener altura de miras y recuperar los valores morales desde la libertad y el conocimiento. Sólo así se conseguirá que los Estados cumplan con trasparencia su única función que es la de administrar la sociedad. 

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