Uno de los problemas fundamentales a los que se enfrenta la
sociedad de nuestros días es al de la moral. Vivimos inmersos en una burbuja de
pérdida de los valores fundamentales de la persona y de degradación de las más
elementales aptitudes humanas.
Casi a diario, nos asaltan desde los medios de comunicación
noticias sobre nuevos casos de corrupción política. La sociedad vive sumida en
un clima de decepción con los servidores públicos, que genera un proceso de
descomposición del Estado Democrático a partir de la apatía y la indiferencia
que genera la dirección de la cosa pública en los ciudadanos.
Quizás, esta degradación de los valores éticos y morales en los
altos cargos de la administración, que invaden a diario los noticiarios, la
prensa o los programas radiofónicos no sea más que la manifestación de la
pérdida total de los valores y del civismo de nuestra sociedad. Vivimos en un
Estado Democrático, con vías de acceso a la función pública y a los altos
cargos para casi todas las clases sociales -por no decir a todas- y todas las
ideologías. De modo que las personas que nos gobiernan o dirigen no son más que
el reflejo fiel de la sociedad. Nuestra sociedad, y esto es un dato constatable
que salta a la vista, ha ido perdiendo buena parte de los valores humanos, no
sólo en las bajas esferas, sino también en círculos intelectuales que acaban
por perder la fundamentación de lo esencial.
Es cierto, que tampoco nos podemos dejar llevar por la idea de que
la pérdida de la moral al afectar a toda la sociedad sólo se puede solucionar a
través de generaciones y escurrir el bulto sin tomar medidas eficaces de
prevención política, de opacidad y transparencia o de reducción del entramado
administrativo, pero no se puede dejar pasar, como hecho fundamental la educación
de los valores humanos. Vivimos en una sociedad en la que se han impuesto
valores de libertinaje y no libertad, sin cultura, educación, civismo o simple
sentido común. Un anarquismo en el que el ciudadano tiene derecho a todo sin
deber de nada. Decía el conocido poeta sevillano José María Izquierdo, que para
medir el grado de cultura de un pueblo tan sólo había que visitar sus parques y
jardines. En nuestra ciudad vemos como éstos son cada vez más menesterosos, y las
zonas comunes son descuidadas por el público. Todo ello es producto de la mala
educación recibida, atendida a la dejadez, negligencia y apatía de una sociedad
anegada en las olas del lodo materialista.
Klitgaard, nos alertaba en su “teoría
de los incentivos” de una gran falacia común, esta es, asumir que los gobiernos
son corruptos como representantes de una sociedad corrupta, y señalar que la
solución es educar a los ciudadanos. Actualmente la falacia se ha vuelto del
revés de la teoría de Klitgaard, la sociedad se ha vuelto en una piña contra los
gobernantes, reclama una clase política ética y moral y generaliza con todos
los políticos. Incluso se alzan voces que justifican los bajos valores de la
sociedad en no tener entre los gobernantes a claros referentes éticos que
deberían ser ejemplo de moralidad. El ciudadano reclama toda clase de derechos
sin deber de nada.
Desde los poderes actuales, reales y
fácticos, se fomenta la destrucción de los valores y se divide a una sociedad
que pierde la cohesión entre sus miembros, aupando los valores individualistas
y la competitividad del “todo vale”. Los
valores de solidaridad, caridad, amor o fraternidad tan sólo son tratados por
organizaciones no gubernamentales muy alejadas de la estructura administrativa.
La sociedad se acerca cada vez más al concepto de hombre-masa de Ortega y Gasset el cual describe en su libro “La
rebelión de las masas”. Una sociedad que permanece pasiva y que es fuertemente
manipulada por los medios de
comunicación y las redes sociales dando lugar a un ciudadano conformista, al
que sólo le interesa su bienestar y que es altamente insolidario.
Por tanto, las nuevas generaciones deben tomar partido y desarrollar altamente sus cualidades para huir del conformismo imperante, poner en práctica medidas preventivas de mejora y simplificación de la estructura administrativa, medidas educativas, tener altura de miras y recuperar los valores morales desde la libertad y el conocimiento. Sólo así se conseguirá que los Estados cumplan con trasparencia su única función que es la de administrar la sociedad.
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