“Líder
empresarial”, adjetivo propio que jerarquiza una organización de relaciones
laborales, profesionales y humanas entre personas. Un adjetivo que prioriza la
importancia del cargo máximo en una empresa, y que a fin de cuentas, abre el
abanico de categorías del que puede presumir ésta.
El poseedor de
tal puesto de liderazgo, como es sabido, a lo largo de la historia ha sido
reconocido como la fiel imagen de un “panzer”, la persona encargada de
diferenciar el trato personal del empresarial, el primer y último eje encargado
de velar por la organización a base de la reducción de costes y plantilla, un
auténtico soberano de sus funciones. El directivo ha logrado asentar las bases
organizativas de la empresa en base a una serie de métodos de corte rígida y
severa, priorizando el rendimiento económico empresarial por encima del trato
con el empleado o cliente. Con esto se ha logrado crear auténticas máquinas
exterminadoras, organizaciones movidas por un único objetivo, superar a sus
competidores; organizaciones que han supuesto para la empresa en general un
empobrecimiento humano, creando inapetencia y enfado dentro de las plantillas
de la empresa en vistas a su función en ésta.
Tal y como
abogan profesionales del ámbito empresarial y de recursos humanos “superada la
etapa de ajustar los costes y reducir la plantilla, y de transformar la
organización hacia la venta de servicios, toca cambiar el traje”. Esta
reflexión implica viajar hacia una transformación organizativa más acorde a los
tiempos que corren, estando basada en cuatro puntos cardinales bajo los cuales
la empresa debe incidir: Estrategia, innovación, tecnología y personas. Esto es
así debido a que el cambio implica transformar la estrategia de la empresa, el
modelo de innovación de cara al exterior, y sobre todo, cambiar la gestión con
los clientes y empleados.
Este cambio,
por tanto, debe partir desde el núcleo duro de la empresa, debe ser el
directivo quien de rienda suelta a su capacitación y formación empresarial para
dar un lavado de cara a un modelo de liderazgo que poco a poco va quedando
obsoleto en el panorama mundial. Por tanto, recuperar la confianza dentro y
fuera de las compañías será el reto del directivo, deberá atraer al cliente
pensando más en sus necesidades que en las de la propia empresa, y además, deberá
recuperar a una plantilla que mira con recelo el ajuste económico en el que se
ha visto envuelta a lo largo de estos años.
Desde mi punto
de vista, basándome en los estudios informativos hechos, es necesaria una
sensibilización en el trato personal del directivo hacia el cliente o empleado,
tema consustancial en la consecución de un máximo rendimiento dentro del ámbito
interno de la empresa y clave para la fidelización con el cliente. Hay que dar
protagonismo al cliente perdiendo el miedo al fracaso y aprendiendo de las quejas
que éstos puedan hacer, un método que no es nuevo, sino que ya está en su auge
en países tales como EE UU, y que aboga no sólo con poner al cliente en el
centro de la estrategia empresarial, sino fidelizarlo con las ventas a base de
confianza cara a cara, ya que limitarse a la venta del producto en sí solamente
es limitarse a competir en precio con las demás organizaciones, dejando de lado
el trato humano para con los compradores. Y por su parte, la empresa debe
proveer de empleados cualificados, que no sólo acaten el listado de funciones
que se les da, sino que sepan rotar por las distintas empresas que compongan un
grupo, que sean polivalentes en su trabajo y sepan hacer frente a sus objetivos
de la forma más eficaz y eficiente, siendo sujetos especializados en su ámbito
pero que a la vez sean capaces de entender y trabajar codo con codo con otros
departamentos.
En resumidas
cuentas, todo lo expuesto anteriormente es la base fundamental del cambio
empresarial dentro de la esfera directiva de una organización, cambio que el
directivo tiene que llevar a cabo por el bien de la empresa en general, cambio
que será cuanto menos dificultoso pero que provocará un lavado de cara para el
liderazgo en la empresa.
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