A menudo, y más aún durante los
tiempos de crisis que atravesamos, no hay ocasión en la que durante una reunión
de cualquier tipo; entre amigos, en la familia, en el trabajo… no surja, de uno
u otro modo, hablar sobre la corrupción, tan presente en nuestro país y más
todavía en sus medios de comunicación. Cuando en el tema 4 introducíamos la
corrupción como “la más clara manifestación de la ausencia de ética pública”,
nos estábamos centrando más focalizadamente en el origen de este gran problema
y sus posibles soluciones, pero no nos ‘mojamos’ en la responsabilidad de
quienes cometen la corrupción.
¿Quiénes son los culpables de la
corrupción? ¿Quiénes son los responsables? La respuesta es clara: todos somos
culpables. Esta respuesta parece ser tajante, y hasta insultante, pero requiere
de una tarea de reflexión que expongo a continuación.
La sociedad española es una
sociedad mediterránea, sureña y hedonista, en su gran mayoría. Los españoles
estamos impregnados en nuestra vida de unas pautas de comportamiento cada vez
más liberales y relajadas, cosa buena por cierto, pero que descansan sobre una
concepción católica de la vida, heredada de la Edad Media: “Haz lo menos
posible, estate quietecito, espera pacientemente y disfruta en la vida eterna después
de la muerte”. Esto, frente a la concepción protestante: “Uno llega a Dios por
sus obras, por lo que consigue en la vida”. Esta concepción bifronte se
manifiesta hoy día en las dos velocidades de Europa: la del Sur, poco
diversificada, estancada, sin industria, dependiente de sectores efímeros
(turismo, construcción…) y eternamente subvencionada… y la del Norte,
trabajadora, dinámica, eficiente, productiva...
A este aspecto económico y casi
político, añadimos la consecuencia de la enorme y manifiesta tolerancia social
que existe en España a la corrupción cuando se trata de personas o situaciones
cercanas: ¿Quién no tiene un amigo o conocido que trabaje “en negro”? ¿Quién no
conoce a alguien que se ahorre el IVA en la factura de un fontanero? ¿Quién no
conoce a alguien que en cuanto puede se escaquea de pagar a Hacienda? Estos
comportamientos tremendamente reprochables, pero vistos como normales y muy
tolerados y aceptados socialmente, derivan de la concepción de la vida que nos
ha dado la Historia: hacer poquito, estar quietecitos… No movernos, no cumplir
con las leyes, no hacer respetar el estado de derecho y la justicia, y sobre
todo, conseguir lo máximo posible con el mínimo esfuerzo…
Es evidente que no se puede
generalizar, pero cualquiera que lea esta humilde reflexión sabe que es la
situación mayoritaria en España. Y siendo así, mucha gente que cae en esa
dinámica picaresca es la que, de manera hipócrita, encabeza manifestaciones
contra la corrupción o berrea en las reuniones insultando a los políticos. Los
políticos salen de la sociedad, salen de nosotros. Antes de ser políticos,
algunos (no todos) eran ciudadanos que se ahorraban el IVA cuando un albañil
les hacía una chapucilla en casa. ¿Qué esperamos que hagan esas personas cuando
acceden a un cargo público? ¿Que de repente se vuelvan pulcramente honestas y
cuidadosas?
La conclusión clara es que la
erradicación de la corrupción política pasa obligatoriamente por el
cumplimiento de una rabiosa legalidad y por un cambio en la mentalidad de
TODOS. Son dos tareas difíciles, pero solo entonces podremos decir que la
ética, es pública.
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