En la actualidad,
cerca de 215 millones de niños trabajan en el mundo, muchos a tiempo completo. Estos
niños no tienen la oportunidad de ir a la escuela y no tienen tiempo para
jugar. Muchos no reciben alimentación ni cuidados apropiados. En definitiva, se
les niega la oportunidad de ser niños. Más de la mitad de estos niños están
expuestos a las peores formas de trabajo infantil como trabajo en ambientes
peligrosos, esclavitud, y otras formas de trabajo forzoso, actividades ilícitas
incluyendo el tráfico de drogas y prostitución, así como su participación
involuntaria en los conflictos armados. El Programa Internacional para la
Erradicación del Trabajo Infantil (IPEC), guiado por los principios consagrados
en el Convenio número 138 sobre la edad mínima y el Convenio número 182 sobre
las peores formas de trabajo infantil de la OIT, trabaja para alcanzar la
abolición efectiva del trabajo infantil.
Según
apunta Unicef: “Erradicar el trabajo y la violencia contra menores es una
necesidad moral que debe ser respetada. Esto solo puede alcanzarse reforzando
la legislación y su aplicación, promocionando la educación, la creación de
empleo para adultos y jóvenes y luchar contra la pobreza y promover el desarrollo
humano".
A mi entender, el trabajo infantil, tal como se define en los
Convenios de la OIT, es un obstáculo para la maduración evolutiva, el
desarrollo y la socialización adecuada de los niños; es por eso que nada
justifica el trabajo infantil en una sociedad decente.
En mi opinión, la explotación, o el riesgo
serio de que exista, debe ser el factor que delimite lo que es trabajo infantil
de lo que implica la participación de niños en las tareas domésticas. El tiempo
de trabajo (por ejemplo, unas horas por semana) y/o el trabajo realizado sin
abandonar la escuela y las tareas escolares son hitos que deben tomarse en
cuenta para marcar el límite entre lo aceptable y lo prohibido.
Con la
aplicación de la estrategia de comunicación social, se debe lograr que algunos
de los argumentos que justifican el trabajo infantil empiecen a ser reevaluados
y mirados de otra manera. Es decir, es necesario lograr que se active un
cuestionamiento moral y social a la relación trabajador-empleador cada vez que
los niños estén involucrados en una situación de trabajo infantil tal como es
entendida negativamente por la OIT.
Si la estrategia es correcta y se
utilizan los medios adecuados, los ciudadanos irán incorporando a su mundo de
valores la idea que emplear a un niño por debajo de la edad mínima significa un
alto riesgo de explotación más que un acto bondadoso, además, de que el hecho de que un niño abandone la
escuela para trabajar y ayudar a la economía familiar, no solo no resuelve el
problema, sino que condena a la familia a perpetuarse en la condición de
pobreza.
En definitiva, la labor de todo
sujeto con capacidad de liderazgo, o con acceso a la opinión pública, deberá
ser promover el desarrollo humano y cumplir la función de vigilancia para que
el Estado garantice el logro de las libertades fundamentales de los ciudadanos,
y en particular de los niños.
Angélica Bernal Martínez
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