jueves, 28 de marzo de 2013

Reflexión personal de Miriam Marín Caro

Corrupción, ausencia de ética pública.

Cada día somos testigos de denuncias y escándalos relacionados con el uso  arbitrario de fondos públicos, en definitiva, somos testigos día a día de casos de corrupción.
Es obvio afirmar que desde hace tiempo “algo” en la Administración Pública falla.
¿Pero, qué es lo que falla? Primordialmente, cuando hablamos de corrupción, el principal elemento clave para que esta tenga lugar, es la AUSENCIA TOTAL de ética pública. La ética pública trata de hacer que las personas que ocupan un cargo público lo hagan con diligencia y honestidad, sobre la base de la razón humana, la conciencia, la madurez de juicio, la responsabilidad y el sentido del deber. Pero el reto de la ética pública no es únicamente el establecimiento de los valores sino su interiorización en las personas.
¿Qué hacer para combatir con la corrupción? En primer lugar, es indispensable que el Estado asuma su propia responsabilidad, además de reforzar la legislación y los órganos de control, los cuales son mecanismos necesarios, pero no suficientes. 
Además se deben de poner en marcha una serie de políticas para luchar contra la corrupción. En primer lugar, se deben establecer, según mi opinión,  políticas educativas: que promuevan la decencia, la honradez, el servicio público y valores similares desde los primeros niveles de educación. Labor en la que debe colaborar la opinión pública, especialmente a través de los periodistas y los medios de comunicación serios, es decir, los que no son parte activa de la corrupción y practican la ética periodística.
En segundo lugar,  políticas preventivas encaminadas a la simplificación de la maquinaria administrativa, que complica la actividad pública y también la privada, poniendo dificultades para “vender” facilidades.

Y en tercer lugar, pero no menos importante, políticas encaminadas a terminar con la impunidad.

Hay que ser consciente que es muy difícil arrancar de raíz la corrupción, ya que aunque tomemos mediadas para paliarla, siempre va a ver una oveja negra que quiera aprovecharse de la situación. Como dice el refrán “no hay olla sin ningún garbanzo negro”. Pero por otro lado, tampoco podemos asumir ni  que los gobiernos son corruptos de por sí, porque son  inmorales. Esto no es así, no por uno son todos.
En conclusión, debemos ser críticos y  férreos con todos  aquellos que tienen un comportamiento deshonesto y desleal en una función tan importante como lo es la función pública, luchando por una legitimidad  material, y no sólo formal, ya que es el pilar sobre el que se asienta un sistema  político democrático.

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