LA FORMACIÓN EN EL CONTEXTO DE CRISIS ECONÓMICA Y
SU SOLUCIÓN
Por Jesús de Ossorno Godino.
En la actualidad, y también durante la mayor parte
de la historia post-industrial, en las sociedades más avanzadas en el contexto
mundial se ha ido interiorizando la necesidad, por encima de cualquier otra, de
la formación y la educación (ésta última en su sentido más amplio). Ejemplos
claros los encontramos en España. Es imposible que nadie conozca a alguien o a
alguna familia que haya puesto la educación y la formación de sus hijos como
objetivo irrenunciable de la familia. Incluso se conocen casos de padres que
hacen sacrificios más que cuestionables (como dejar de comer, de tener
vacaciones, etc.), todos ellos para que sus hijos e hijas no renuncien a la
formación.
Y ello es porque tiempo ha que la formación es
concebida como una garantía segura de escape a determinadas situaciones
difíciles del existir (para conseguir una vida mejor), y también como elemento
diferenciador de buenos y malos ciudadanos. Sin embargo, estamos viendo en
estos años de crisis económica que ello ha cambiado radicalmente.
Desde la concepción pre-crisis hasta ahora, estamos
viendo cómo ya no es garantía de vivir bien el estar adecuadamente formado.
Hombres y mujeres de todas las edades compiten por puestos de trabajo
irrisorios que en la mayoría de casos no se corresponden con las expectativas
que su trabajo formativo les había creado. Y ello se vuelve más dramático aún
cuando por esos puestos compiten licenciados en varias carreras cada uno y
hablantes de dos o tres idiomas. ¿Sobrecualificación? ¿O incapacidad del
sistema para producir puestos adecuados a la formación de nuestros jóvenes?
Claramente la segunda. Las empresas han optado por el bajo coste y la baja
calidad, que son incompatibles a profesionales bien cualificados, que además de
ello, son ciudadanos y conscientes de sus derechos como seres humanos. Ganar
mucho con poca materia prima (tanto en materias en sentido estricto como en
recursos humanos) está absolutamente enfrentado a la idea que queremos de una
economía sana, sostenible y sostenida por profesionales cualificados.
Pero es que además del primer cambio que acabamos e
explicar, también se ha producido la quiebra de ese elemento diferenciador que
la formación constituía entre buenos y malos ciudadanos. Hace tiempo, la
formación era un valor a tener muy en cuenta cuando diferenciábamos entre
buenos y malos ciudadanos. A menudo, se relacionaba con estar más o menos
formado el serlo. Hoy podemos ver como muchas veces gente poco formada es la
más preocupada en defender derechos, a los ciudadanos y al interés general.
Mientras otra, con tres y cuatro carreras, se esfuerza en socavar los cimientos
de la democracia y del estado de bienestar, conseguido por todos, perjudicando
a la ciudadanía en general.
En resumidas cuentas, los problemas de formación
que oímos en los medios (sobrecualificación, excedente de profesionales,
incapacidad empresarial para absorberlos, etc.) no son tales. La formación debe
seguir incrementándose. Todos los ciudadanos deben formarse bien y contribuir a
la creación de un sistema productivo cuyos recursos humanos se basen en un
personal altamente cualificado. De la crisis no saldremos igualando los
salarios de los países emergentes o retrocediendo en derechos hasta ellos. De
la crisis saldremos imponiendo la calidad, que viene de una alta cualificación
del personal, a la cantidad y el coste. Y por supuesto, todo ello en un marco
de ciudadanía, oportunidades, democracia y libertad que nos permita desarrollarnos y conseguir
todo lo que nos propongamos.
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