jueves, 30 de abril de 2015

Reflexión personal. José - Miguel Abans Carrasco

Compaginar trabajo y estudio, realidad cada vez más notable. 


Hace algunos días leí en una columna de opinión una verdad a gritos que se ha ido minusvalorando poco a poco hasta el punto de olvidarnos de ella. Cierto es que hemos pasado tiempos difíciles, y aun hoy estamos viviendo los coletazos de una situación financiera, social, política e incluso ética de revulsión. Decía el autor que en escasos años hemos conseguido erradicar la imagen del joven estudioso, trabajador y comprometido, que además trabaja para conseguir sus primeros ahorros o movilidad financiera. Con tanta "situación coyuntural de desaceleración económica" y "recuperaciones y brotes verdes" la sociedad actual solo ha sido capaz de reflejar la imagen del joven que ni estudia ni trabaja, los ni-ni. Una generación que se atrevieron a calificar de perdida, escasa de motivación y mucho menos de trabajo, abocada al fracaso o al exilio laboral. En defensa de los que aquí seguimos, estudiando, trabajando, realizando voluntariado o colaborando con nuestra sociedad de muchas otras formas escribo esta opinión, que no quiero representar como crítica sino como punto énfasis y merecido análisis. 

La generación si-si es aquella que componemos jóvenes del día a día, que madrugamos cada mañana para ir a clase, estudiamos, preparamos exámenes y sacamos adelante, no sin pena y sin gloria, grados universitarios o formación superior con nuestro esfuerzo, apoyo mutuo y desde luego incansable labor de padres y madres que, con mayor o menor agobio, nos empujan a lograr nuestros objetivos y dar lo mejor de nosotros mismos. Somos esa generación que ha querido volver a las viejas recetas de nuestros padres. Viejas no, olvidadas. Una juventud montada en el euro que poco recuerda de la peseta, acomodada, acostumbrada a la ley del mínimo esfuerzo y que quiere romper con moldes y esquemas. Cansados de enunciados tales como "esta juventud de hoy en día" o "los jóvenes han perdido la cabeza", que por otra parte no son más que una constante histórica desde tiempos helenos. 
Como jóvenes pretendemos y ansiamos rebeldía, reinventarnos, desafíos y éxito. Como estudiantes buscamos una formación de calidad, asumible económicamente y que nos catapulte a la primera línea del panorama laboral donde poder poner en valor todo lo aprendido. Y como trabajadores, algunos con mayor necesidad que otros, solo buscamos empezar a dar pequeños pasos en este arduo y ambiguo mundo en el que carecemos de experiencia pero nos sobran ilusión y ganas.

La conexión con el mundo de la organización y gestión de recursos humanos no es extraña, pues trabajar y estudiar a la par no es más que una oportunidad para poner en práctica lo aprendido, ahora años atrás, para desafiar nuestras inquietudes y ser capaces de demostrarnos a nosotros y al mundo que sí podemos. Personalmente llevo trabajando desde los quince años, fruto de la mala suerte podría decirse. He pasado por diversos puestos, organizaciones y dispares trabajos, desde la hostelería a la educación, pasando por la educación, finanzas o emprendimiento. Y es que no es raro encontrar hoy en día jóvenes comprometidos no con su entorno sino también consigo mismos, capaces de crear una sociedad de cero y realizar una actividad empresarial aprendiendo día a día y obteniendo valiosas herramientas para el mañana. Y si algo puedo destacar en mi escasa y diversa vida laboral es el sentimiento de sorpresa y extrañeza que despierta una persona con este perfil en un proceso de selección o entrevistas de trabajo, así como el valor al alza que se le otorga , donde las preguntas más frecuentes son: ¿Estudia? ¿Trabaja? ¿Alguna otra dedicación o hobbie? Desde luego lo extraño no son las preguntas en sí, sino que sean respondidas con rotundidad y afirmativamente por personas que acaban de superar la veintena, con ganas de dar el máximo de sí mismos, muy poco que perder y mucho por aprender aun. Paso a paso, pero cambiando, reinventando y, desde luego, trabajando. 

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