Día a día, constantemente, nos enfrentamos en la sociedad
actual a un endurecimiento del mercado laboral y a una crisis de las teorías
contemporáneas en la gestión de los recursos humanos. Numerosos expertos en la
materia, ya sea por su actividad investigadora o carrera profesional coinciden:
un trabajador contento es un trabajador productivo; es una obviedad que un
sujeto psicológicamente estimulado, en quien se confía profesionalmente y así
se le hace saber, espera algo a cambio por su esfuerzo. No quiere decir que una
compensación económica acorde a las circunstancias resulten suficiente, si bien
ayudan, sino que es necesario crear un ambiente que permita al trabajador “autoconvencerse”
de que su labor resulta importante y es apreciada por sus superiores y para el
conjunto empresarial, y para ello es necesario que él sienta que la empresa lo
cuida. Habitualmente, un complemento salarial de productividad puede parecer la
solución más sencilla, pero tal vez el trabajador aprecie más disponer de días
extra de descanso en vez de un extra en la nómina; o puede que prefiera que se
la empresa se haga cargo de la cuota del gimnasio a cambio de ese “plus” de
esfuerzo en su puesto de trabajo. Grandes empresas implantan sistemas como
estos y otras variedades mucho más extravagantes, una gran variedad de gestos
que realizan para con sus trabajadores y que, tal y como desean, acaban
redundando en beneficios para la empresa.
Tampoco podemos olvidar que estos mecanismos de incentivo a
la plantilla crean un vinculo empresa-trabajador que, con el paso del tiempo,
genera un lazo de apoyo recíproco, sin olvidarnos de la buena imagen que
proyectarán los trabajadores a su entorno: hablarán bien de su empresa, la
gente oirá del buen trato que reciben y, en definitiva, ganarán en imagen al
mismo tiempo que en productividad.
En el otro lado de la balanza nos encontramos en la
situación actual: las plantillas asfixiadas constantemente por los ERE,
despidos colectivos indiscriminados, triquiñuelas para rejuvenecer el personal
de la empresa a coste cero, sin olvidarnos de en qué condiciones se entra a
trabajar: siempre detrás la mosca de los despidos, los recortes, horas extra
sin remunerar, imposibilidad de hacer vida con los hijos fruto de horarios
vergonzosos, etc. Por su parte, la masa obrera no encuentra hombro en que
apoyarse pues el sistema de organización para defensa de los derechos de los
trabajadores (los sindicatos) se les cae día sí y día también la máscara de
adalides de la lucha obrera y se les ven inmersos en escandalosas subvenciones y
acuerdos con la administración que ya bien podían haber compartido con sus “compañeros”.
En definitiva, sales a buscar trabajo, y si resulta que ese día confluyeron los
astros en el cielo, acudes a una entrevista y el panorama es, cuanto menos,
terrorífico: te ofrecen trabajo a jornada completa (sí, pero de 10 horas al
día) y contratarte y remunerarte según convenio. Ojo, convenio del patrón,
porque si bien asegura que respetará el convenio (pongamos de hostelería),
parece que se le olvidó leer el punto de la jornada y la remuneración de horas
extra.
Pero lo más sorprendente de todo esto es que luego podamos
ver cómo nos bombardean con dantescos datos sobre las grandes empresas
españolas: ¿Santander cuida de sus trabajadores? Sí, pero solo de directores
para arriba, o si no que le pregunten a D. Francisco, cajero de una sucursal,
sobre “cómo mejorar su productividad” (semejante cartel te invita a hacer esto,
vamos que utilizan hasta al cliente para presionar). ¿Mercadona realiza una
excelente labor social contratando amas de casa y estudiantes? Claro que lo
hace, engañando a personas desesperadas por encontrar un puesto de trabajo para
mantenerse a sí mismo o a los suyos.
Y ejemplos como estos los tenemos a cada vuelta de esquina, ejemplos
que solo podremos extirpar si realmente somos valientes para reclamar aquello
que justamente merecemos, dignidad.
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