miércoles, 24 de abril de 2013

REFLEXIÓN PERSONAL: TRABAJAR EN TIEMPOS REVUELTOS.



Día a día, constantemente, nos enfrentamos en la sociedad actual a un endurecimiento del mercado laboral y a una crisis de las teorías contemporáneas en la gestión de los recursos humanos. Numerosos expertos en la materia, ya sea por su actividad investigadora o carrera profesional coinciden: un trabajador contento es un trabajador productivo; es una obviedad que un sujeto psicológicamente estimulado, en quien se confía profesionalmente y así se le hace saber, espera algo a cambio por su esfuerzo. No quiere decir que una compensación económica acorde a las circunstancias resulten suficiente, si bien ayudan, sino que es necesario crear un ambiente que permita al trabajador “autoconvencerse” de que su labor resulta importante y es apreciada por sus superiores y para el conjunto empresarial, y para ello es necesario que él sienta que la empresa lo cuida. Habitualmente, un complemento salarial de productividad puede parecer la solución más sencilla, pero tal vez el trabajador aprecie más disponer de días extra de descanso en vez de un extra en la nómina; o puede que prefiera que se la empresa se haga cargo de la cuota del gimnasio a cambio de ese “plus” de esfuerzo en su puesto de trabajo. Grandes empresas implantan sistemas como estos y otras variedades mucho más extravagantes, una gran variedad de gestos que realizan para con sus trabajadores y que, tal y como desean, acaban redundando en beneficios para la empresa.

Tampoco podemos olvidar que estos mecanismos de incentivo a la plantilla crean un vinculo empresa-trabajador que, con el paso del tiempo, genera un lazo de apoyo recíproco, sin olvidarnos de la buena imagen que proyectarán los trabajadores a su entorno: hablarán bien de su empresa, la gente oirá del buen trato que reciben y, en definitiva, ganarán en imagen al mismo tiempo que en productividad.

En el otro lado de la balanza nos encontramos en la situación actual: las plantillas asfixiadas constantemente por los ERE, despidos colectivos indiscriminados, triquiñuelas para rejuvenecer el personal de la empresa a coste cero, sin olvidarnos de en qué condiciones se entra a trabajar: siempre detrás la mosca de los despidos, los recortes, horas extra sin remunerar, imposibilidad de hacer vida con los hijos fruto de horarios vergonzosos, etc. Por su parte, la masa obrera no encuentra hombro en que apoyarse pues el sistema de organización para defensa de los derechos de los trabajadores (los sindicatos) se les cae día sí y día también la máscara de adalides de la lucha obrera y se les ven inmersos en escandalosas subvenciones y acuerdos con la administración que ya bien podían haber compartido con sus “compañeros”. En definitiva, sales a buscar trabajo, y si resulta que ese día confluyeron los astros en el cielo, acudes a una entrevista y el panorama es, cuanto menos, terrorífico: te ofrecen trabajo a jornada completa (sí, pero de 10 horas al día) y contratarte y remunerarte según convenio. Ojo, convenio del patrón, porque si bien asegura que respetará el convenio (pongamos de hostelería), parece que se le olvidó leer el punto de la jornada y la remuneración de horas extra.

Pero lo más sorprendente de todo esto es que luego podamos ver cómo nos bombardean con dantescos datos sobre las grandes empresas españolas: ¿Santander cuida de sus trabajadores? Sí, pero solo de directores para arriba, o si no que le pregunten a D. Francisco, cajero de una sucursal, sobre “cómo mejorar su productividad” (semejante cartel te invita a hacer esto, vamos que utilizan hasta al cliente para presionar). ¿Mercadona realiza una excelente labor social contratando amas de casa y estudiantes? Claro que lo hace, engañando a personas desesperadas por encontrar un puesto de trabajo para mantenerse a sí mismo o a los suyos.

Y ejemplos como estos los tenemos a cada vuelta de esquina, ejemplos que solo podremos extirpar si realmente somos valientes para reclamar aquello que justamente merecemos, dignidad.

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